Dependemos
únicamente de la Divina Providencia. No aceptamos subvenciones de los
gobiernos, no aceptamos donaciones de la Iglesia, no aceptamos salarios. Hemos
consagrado nuestras vidas a los más pobres entre los pobres, dándoles, con
nuestro servicio sincero y libre, la alegría de ser amados. La gente anhela ser
amada, y nosotros tenemos que llevarles la ternura y el amor de Dios, lo cual
es un permanente desafío.
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