Un
hermano protestante una vez me dijo: La admiro y
admiro su trabajo, todo lo que veo que usted hace; pero hay algo que no
entiendo: María. Usted siempre la está nombrando. Yo le contesté: Sin María, no hay Jesús, porque sin madre, no hay hijo.
Algunos
meses después me envió una postal con estas palabras escritas en grandes
letras: Ahora entiendo: ¡Sin María, no hay Jesús! Esto
ha cambiado mi vida.
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