Reflexionemos sobre la Eucaristía. Dios mismo se
hace tan pequeño que sólo dos dedos pueden sostenerlo en la hostia. Hasta un
niño o un moribundo pueden recibirlo. La Eucaristía está más allá de toda
comprensión; sólo puede ser aceptada desde una fe profunda y por amor.
Jesús
deliberadamente nos dejó la Eucaristía, para ayudarnos a recordar todo lo que
ha venido a hacer. En los evangelios, una pocas palabras narran su pasión y
muerte. Estas pocas palabras –que podemos olvidar con facilidad- nos dice que
Él fue coronado de espinas, flagelado y rechazado. Los evangelios evitan largas
explicaciones al relatarnos la pasión, contándonos que fue flagelado pero no
cuántas veces o de qué material estaba hecho el látigo.
Pero Jesús entiende
nuestra naturaleza humana. Comprende que cuando algo está lejos de los ojos,
también puede estar lejos del corazón. Solamente traten de imaginar lo que
sería la vida sin la Eucaristía. ¿Qué otra cosa podría ayudarnos a amarlo?
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