Ponernos en las manos de Dios significa ofrecerle nuestra voluntad, la razón de nuestra vida, de nuestra existencia.
Si realmente hacemos esto sólo por la fe, aunque nuestro corazón esté en la oscuridad. Realmente los sufrimientos y las dificultades ponen a prueba nuestro abandono incondicional.
Abandonarse es también un signo de nuestro verdadero amor a Dios y a los demás. Si realmente amamos a nuestros hermanos, debemos estar preparados para ponernos en sus lugar, para cargar sus pecados sobre nosotros mismos y expiarlos a través de la penitencia y la mortificación.
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