Vamos por la vida tratando de hacer el bien a
los demás y, por eso, la gente nos rodea de afecto, respeto y confianza. Por
este motivo necesitamos ser humildes, para protegernos del peligro del
protagonismo, para cuidarnos de no caer en soberbia, para garantizar la
fecundidad de nuestro servicio.
Nuestra
vida, al ser tan pública, más necesita de humildad. Es hermoso observar la
humildad de Cristo. La Escritura dice: Él,
que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que
debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo… haciéndose
semejante a los hombres.
Nuestro
ideal de vida no es otro que Jesús.
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